jueves, 17 de marzo de 2011

A propósito de El Cisne Negro.

Casi a oscuras, en medio del vacío, el  cisne blanco lucha inútilmente por su vida.  Con esta imagen comienza “El cisne negro”, película que trata sobre una  bailarina presa de graves desórdenes mentales que hace denodados esfuerzos por desempeñar de manera impecable el rol protagónico en el montaje de una  famosa pieza del repertorio clásico: El Lago de los Cisnes.

Imagen elocuente que nos anuncia el conflicto entre demencia y la búsqueda de la perfección.


En general, el film me pareció escalofriante pero hubo un aspecto que quisiera sacar a colación ahora. Para la elección del ejecutante de determinado papel en un ballet, no es la técnica el único, mucho menos el principal, criterio al que recurre el coreógrafo. Si tenemos en cuenta que por lo general en las compañías norteamericanas y europeas el nivel es muy alto y parejo, y sumado a ello el hecho del mayor número de bailarines que poseen en relación a las de nuestro medio, la calidad performativa de los danzantes no es pues un rasgo discriminador que pueda ser útil sobre esa multitud de talentos y virtuosos. Lo que finalmente permite definir al coreógrafo, o director,  quién se queda con el papel es la correspondencia que exista entre las características temperamentales del personaje y la capacidad del bailarín para representarlas, capacidad que evidentemente van a estar en estrecha relación con su propio temperamento. Nina Sayers es una chica aprensiva, casi asfixiada por una madre obsesiva y notoriamente frustrada, de modos suaves, muy respetuosa de las reglas, de carácter rígido y formal, tímida inclusive, por lo que  el director Leroy, le hace notar que si buscara únicamente una intérprete para el cisne blanco el papel sería suyo de inmediato, puesto que su técnica no le preocupa. Pero él necesita una bailarina que además, pueda mostrarse como el cisne negro: un ser lujurioso y seductor, pérfido, capaz de mentir para conseguir sus propósitos; de modo que Nina, sólo fingiendo y en verdad con muy poco éxito, podría sacar de sí la personalidad peculiar del Cisne negro. Y esa es su debilidad. Nina tendrá que, como dicen los actores, construir tal  personaje y asumirlo hasta que sea verosímil.
Entonces, este proceso de construcción del personaje se constituye en la verdadera manifestación del poder creativo del artista, y en el producto se verá su sello personal, aquello que define su arte y al Arte. Pero en el caso de Nina el asunto se complica porque el papel supone despertar en ella emociones fuertemente reprimidas, exhibir valores que ella desprecia o que son motivo de vergüenza. ¿Cómo encontrar la lujuria si ante la mención de la palabra sexo se sonroja? Entonces, el  coreógrafo la somete a unos “ejercicios” que francamente rayan en la tortura, en la invasión de ámbitos íntimos en esencia y luego, producto de sus manías, desencadenarán un proceso autodestructivo irrefrenable.
Lo paradójico es que su presentación, pese a un tropiezo inicial, es soberbia, arrolladora, perfecta.  Y este desenlace me deja para la reflexión la idea del valor que podría tener el sacrificio como fuerza motivadora y guía de la vida. Como elemento que le da contenido, significado a nuestra existencia. Si bien es cierto que cada uno hará su propio balance, opino que si es omitido, la desolación, la depresión serán tan sólo el comienzo de peores escenarios.
El Vals de los cisnes del Acto II de la edición de Ivanov/Petipa del
Lago de los Cisnes. Fuente:Wikipedia.

Antes de terminar, quisiera referirme a la obra que sirve de fondo y pretexto para le película. ¿De qué se trata El Lago de los Cisnes?  De un  amor apasionado que termina en tragedia, al menos es  así en la versión que se estrenara, con gran éxito,  en el teatro Mariinsky de San Petersburgo, Rusia, el 15 de enero de 1895, con música de Piotr Tchaikovski, y coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov.  La historia, desarrollada en cuatro actos, en resumen,  es la siguiente: El príncipe Sigfrido acaba de cumplir 21 años y su madre le exige que escoja a su futura esposa durante un baile que ella organizaría para tal efecto. El joven recibe con desgano las intenciones maternas y tras mostrarse abatido, sus amigos lo invitan a una cacería cerca del lago. Allí, en plena noche, el joven queda maravillado al contemplar como un grupo de cisnes blancos que salen del lago se convierten en mujeres, y de entre ellas, la reina, Odette, le impresiona vivamente.  Ambos se enamoran, pero ella le advierte, con dolor, que son presa de un hechizo lanzado por el brujo Rothbart, el cual sólo podrá ser roto por una sincera promesa de amor eterno. Él está dispuesto a dedicarle su vida y su amor y le ruega que asista al baile, mañana en la noche, para que así, delante de su Madre,  pueda elegirla como compañera. Sin embargo el brujo Rothbart conspira para truncar sus sueños. Al día siguiente, durante la fiesta, Rothbart asiste con su hija Odile, el cisne negro, y la hace parecer, mediante sus malas artes, como Odette, a los ojos de Sigfrido. Éste, ilusionado, ciego por efecto de la magia negra, le jura amor eterno. Odette, que asiste a la fiesta, no soporta lo que parece una vil traición y sale destrozada del palacio. En ese momento Rothbart libera a Sigfrido de la ilusión y le hace consciente de lo que acaba de hacer involuntariamente. Desesperado, corre hacia el lago y ruega el perdón de Odette. Rothbart llega también al lugar y los enamorados se le enfrentan,  pero es inútil, pues ha sido pronunciada una promesa en vano. Sin esperanza, la pareja se suicida arrojándose en el lago. Luego del sacrificio, tanto el brujo como su hechizo sobre las otras jóvenes se esfuman. Al final, aparecen los espíritus de Odette y Sigfrido, juntos para siempre.
Los elementos: promesa de amor eterno, enamoramiento apasionado entre seres dispares por esos caprichos de la vida, traición, o supuesta traición y la consecuente tragedia, son materia también de ballets como: Esmeralda, Giselle, y La Bayadera, joyas del repertorio de la danza mundial.